Cuando los animalitos recién nacidos ven la luz del mundo, la naturaleza se ocupa de que en los animales madres surjan enormes fuerzas espirituales para la defensa de sus hijos; nace en ellas, repentinamente una gran alegría, dan muestras de sentir la mayor felicidad cuando tienen que hacer algo por sus criaturas y por amor a ellos renuncian a sus propios intereses y placeres. Sí, incluso están dispuestas a sacrificar su vida por ellos.
Con relación a esa fuerza primaria instintiva, los valores humanos tales como la compasión, amor al prójimo y la tendencia a ayudar a los demás deben ser clasificados en un lugar más elevado. Su efectividad es cuestionable para la protección de las jóvenes criaturas en los casos en los que estos valores no existen, como en los animales, o donde las fuerzas morales no pueden resistir la pesada y continuada carga ambiental, como ocurre con los seres humanos no robustecidos por principios éticos. Qué diferencia con los animales, ya que el momento decisivo que determina si una perra, una yegua, un antílope, una leona, una elefanta, una foca o un erizo hembra va a convertirse en buena madre o no, se presenta inmediatamente en el momento del nacimiento de su vástago. El animal madre inspecciona, huele, observa aquel "algo" que acaba de salir del interior de su cuerpo y de inmediato se despierta en ella la incontenible necesidad de limpiarlo, amamantarlo y protegerlo, cueste lo que cueste. Maravilloso, no?
FUENTE: Calor de hogar. Autor: Vitus B. Droscher. Editorial Sudamericana/Planeta. 1982
Wednesday, September 2, 2009
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